El verano pasado tuve la oportunidad de hacer una corta visita a Londres y decidí acercarme a la Tate Modern, el Museo de Arte Moderno más visitado del mundo, superando al MoMA de Nueva York.
El nuevo edificio de la Tate Modern, conocido como Switch house, albergaba la antigua central eléctrica de Bankside que había sido diseñada por los arquitectos George y Giles Gilbert Scott, padre e hijo, también conocidos por el diseño de las cabinas rojas de teléfonos tan típicas de Londres. La central se encontraba abandonada desde el año 1981 y se reconvirtió en la Tate Modern en el 2000, a manos de los arquitectos suizos Herzog & De Meuron, quienes además la ampliaron, anexaron una pirámide contorsionada, de diez plantas, que comunica con la zona original de exposiciones. Con esta ampliación el nuevo edificio ha ganado más de 21.000 metros cuadrados para muchísimas más exposiciones y visitantes.
La entrada a la colección permanente es gratuita, porque Tate es una organización benéfica que depende de las donaciones del público y de exposiciones temporales de pago; Precisamente, fue una de estas exposiciones de pago, la que tuve ocasión de visitar; la de Alberto Giacometti: una retrospectiva del artista de sus últimos 20 años.
Giacometti siempre me ha llamado la atención por la singularidad de su obra. Ha sido un artista multidisciplinar muy completo, sin embargo, se ha hecho mundialmente conocido por su faceta de escultor con esas figuras erguidas, altas y delgadas que reflejan la estética existencialista de la postguerra europea, mostrando la angustia de la condición humana y la desazón del hecho de vivir. Sastre dijo que “la escultura de Giacometti es la expresión hecha imagen de la condición existencial del hombre moderno en la frontera entre el ser y la nada.”
La relación de Alberto Giacometti con la Tate viene de largo. Ya en el año 1965, un año antes de su muerte, el artista instaló provisionalmente su estudio en los bajos de la Tate Gallery de Londres. Por aquel entonces presentó su primera retrospectiva en el Reino Unido, presidida por su famosa escultura “el hombre que camina” y los visitantes pudieron disfrutar verle en acción. Un año después falleció en su Suiza natal a causa de su desmesurada adicción al tabaco.
Lo interesante de la exposición de la Tate es que muestra al artista en todas sus etapas y facetas, desde su fase cubista, la surrealista con “Mujer con la garganta cortada” (1932) e incluso como diseñador de joyas y jarrones. La exhibición contaba con sus reconocidas figuras alargadas, entre ellas unas restauradas de mujeres que se presentó en la muestra de Venecia de 1956. También pude ver algunos retratos maravillosos de su mujer Annette y de su amante Caroline. Esta exposición, sin duda, reafirma el lugar de Giacometti junto a los grandes pintores y escultores del siglo XX como lo fueron Matisse, Picasso o Degas.
Precisamente y coincidiendo con esta exhibición en la Tate se presentó, en la Berlinale 2017 el film sobre la vida del artista en París, titulado “Final portrait” de Stanley Tucci. El film está basado en el libro “Alberto Giacometti: Un retrato” de James Lord y he leído recientemente tanto acerca de su vida que me apetece muchísimo verla, Giacometti se ha convertido en un personaje tan entrañable para mí, que parece formar ya parte de mi círculo cercano.
Aunque es uno de los pocos artistas que pudo disfrutar de su éxito en vida, sin embargo, en el 2014, se llegó a pagar la friolera de 126 millones de euros por su obra «L’homme au doigt» («Hombre señalando» 1947), en una puja de Christie’s en Nueva York, la más cara jamás subastada. El afortunado, el coleccionista de arte Steven Cohen.
Algo que me apasiona enormemente son las tiendas de los museos a la que dedicaré un post exclusivo. Aproveché para comprar unos libros en la tienda del Tate Modern también.
Escapadas como estás, merecen mucho la pena.
Para los que tengáis unas horas de tránsito en Londres, quizás os pueda interesar. Aterricé en Gatwick, cogí al Gatwick Express hasta Victoria Station y di un largo paseo hasta la Tate Modern. Este paseo es maravilloso, lo recomiendo. De Victoria Station fui dirección al Buckingham Palace, pasando por Queen´s Gallery. De ahí me desvié a la Abadía de Westminster, uno de los edificios religiosos más importantes del Reino Unido por ser el lugar tradicional de coronación y entierro de los monarcas ingleses. Pasé por los jardines de Parliament Square y el Big Ben para atravesar el Westmindster bridge hacia la otra orilla del Támesis. A partir de ahí recorrí toda la orilla del Támesis, pasando por la noria London Eye y Bankside hasta el Museo. La vuelta la hice en taxi hasta Victoria Station y de regreso al aeropuerto.
Esto sí que es “un bon motif”